Nuestro pasado

Dando gracias por lo inesperado

Unos pocos centavos descartados. Una pila de tarjetas de presentación. Volantes para eventos locales. Estos son los tipos de cosas que esperas ver junto a la caja registradora de una tienda de conveniencia.

Pero la vida de Anastasia Walsh está llena de lo inesperado.

No esperaba tener que huir de su casa en Seúl, Corea del Sur, en diciembre de 1950, en medio de la invasión comunista. No esperaba vivir en una caja de cartón durante dos años y medio. Y no esperaba que un simple saco de arroz fuera señal de un compromiso de por vida con una agencia con sede del otro lado del mundo.

¿Esa agencia? Catholic Relief Services. Y es por eso que en la tienda de conveniencia con base en Des Moines de Anastasia, encontrarás un Plato de Arroz de CRS al lado de la caja registradora. De hecho inesperado.

“Esas personas me salvaron la vida”, comenta Anastasia a cualquiera que deposite algunas monedas en la pequeña caja de cartón.

Es una historia que aún evoca recuerdos dolorosos. Anastasia, de siete años, su hermana de 4 años y sus padres caminaron durante 31 días después de huir de Seúl— a mitad de camino a través de Corea del Sur. Hacía frío y, a veces, tenían que navegar por las aguas heladas que les llegaban hasta el pecho. La madre de Anastasia les envolvía los pies en mantas rotas para evitar el frío.

Un autobús los llevó por el resto del camino a Busan, una ciudad en la región sudeste de la península coreana. Ahí pasaron 2 años y medio viviendo en una caja de cartón.

“Estábamos muy hambrientos”, recuerda Anastasia. “La gente aquí [en los Estados Unidos] realiza caminatas de hambre o ayunos, pero sabe que al final habrá comida. Nosotros nunca sabíamos cuándo podríamos volver a comer.

“Mi mamá repartía algo de comida entre mi hermana y yo, pero no guardaba nada para ella. Le preguntábamos qué iba a comer y ella decía: «No, no tengo hambre»”. Pero Anastasia sabía que su madre tenía tanta hambre como ella. “Eso es el amor de una madre”, dice ella.

Fue entonces cuando llegó CRS, trabajando a través de socios locales—sacerdotes y hermanas de Maryknoll. Anastasia recuerda a Monseñor George Carroll, quien dirigió las operaciones de CRS en Corea, y le trajo a su madre un saco de arroz. “Fue enviado del cielo—el mejor arroz que jamás hayas imaginado. Con ese saco, podríamos vivir 2 o 3 meses sin preocuparnos”.

Además del arroz, Anastasia y su familia recibieron ropa y medicamentos—y educación, a través de una escuela de refugiados en la ladera de una montaña. Aunque quizás poco convencional—la pizarra colgaba de un árbol–estaba agradecida de poder asistir a la escuela.

“Si no fuera por Catholic Relief Services y los misioneros, no estaría aquí”, dice ella. Después de la guerra, regresó a Seúl, donde recibió un título en matemáticas y comenzó a trabajar como secretaria angloparlante del Cuerpo de Paz (Peace Corps por su sigla en inglés), y finalmente se mudó a los Estados Unidos para continuar sus estudios.

Y ahora, cada año, coloca un Plato de Arroz de CRS junto a su caja registradora, comprometida a ayudar a otras familias como la suya a través del trabajo de Catholic Relief Services.
Obtén más información sobre Plato de Arroz de CRS.

CRS en acción

Comienzos y bendiciones

Dos hombres, ayudados por CRS cuando eran niños, comparten sus historias de esperanza y transformación.

El aquí & el ahora

Santa Rosa: visitada de nuevo

Setenta y cinco años después de su primera llegada a Santa Rosa, México, Julek Plowy sigue agradecido a tantos. A Catholic Relief Services, que reasentó a 1,500 refugiados polacos ahí durante la Segunda Guerra Mundial. A los mexicanos, que dieron la bienvenida a un grupo de desconocidos cansados ​​de la guerra. Y a las hermanas felicianas, que los cuidaron, les enseñaron y reconstruyeron su fe en la humanidad.

Liberado de un gulag siberiano en 1942, Julek, su madre y su hermana viajaron primero a Irán y luego a México—parte del primer proyecto para Catholic Relief Services. Llegaron después de un desgarrador viaje en barco–agotados, traumatizados y sin saber qué esperar.

“Fuimos recibidos con música y baile y una orquesta y flores”, dice Julek. “Cuando llegamos ahí … ¡Vaya! Fue una llegada milagrosa”.

Su nuevo hogar era Santa Rosa, una antigua hacienda prestada por el gobierno mexicano. Desesperados por buscar un lugar propio, los refugiados se pusieron a trabajar de inmediato—reparando las grietas y los agujeros, labrando la tierra para sembrar e incluso excavando la vieja piscina.

Un grupo de hermanas felicianas, voluntarias de Chicago que viajaron a Santa Rosa para servir como maestras, enfermeras, consejeras y administradoras de los refugiados, estuvieron disponibles para ayudar. Rápidamente se convirtieron en el núcleo de la vida social y académica en Santa Rosa. Aunque era demasiado joven para asistir a la escuela, Julek recuerda las historias que su madre y hermana contaron sobre el impacto que tuvieron las hermanas.

“Estas monjas nos devolvieron la esperanza”, dice Julek. “La fe y la esperanza son realmente las cosas más importantes porque nos impulsan como seres humanos. No puedes medir eso. Lo único que puedes decir es gracias”.

Los refugiados polacos pasaron casi 4 años en Santa Rosa. En 1947, se reasentaron permanentemente en países de todo el mundo. Julek y su familia se mudaron primero a Nueva Jersey y luego a Nueva York. En los años que siguieron, se convirtieron en ciudadanos de los Estados Unidos, estableciéndose en última instancia en California, donde Julek vive hoy.

En 2018, Julek regresó a Santa Rosa como parte del 75o aniversario de Catholic Relief Service. Hoy en día, un centro para niños de Don Bosco, el sitio ha cambiado desde la década de los cuarenta, pero muchas de las estructuras originales permanecen.

“Es un sentimiento increíble revivir esto y todos los recuerdos que tengo”, dice Julek. “Revivir los sonidos de los polacos aquí interactuando con los mexicanos … es una experiencia única en la vida”.

Al recorrer los terrenos, Julek reflexionó sobre el apoyo que él y su familia recibieron de Catholic Relief Services y la ayuda que la agencia brinda a otros migrantes centroamericanos que buscan refugio en México hoy.

Conoce más acerca de la extraordinaria historia de Julek.